«Madero le acompañó hasta la calle Manso, enfrente del mercado de San Antonio y casi junto al lugar donde se juntan cinco vías urbanas: la propia calle Manso, la Ronda de San Pablo, la Ronda de San Antonio, la calle Urgel y la calle San Antonio Abad. Es zona de tienda pequeñita, charcutería de confianza, mercería con dueña culona, camisería de ocasión y café donde te conocen y te permiten pagar a plazos. Es zona de carretillas de mercado, gatos perdidos, palomas despistadas y hombres solitarios que piensan que allí iba ya a comprar su madre, o sea hombres que piensan en el tiempo que pasa. Méndez amaba aquello con una cierta ansiedad secreta; Méndez se había ido dejando la vida allí, también a plazos, extasiándose ante sucesivos paisajes, que antes consistieron en los culos de las dueñas, y ahora, con su vejez, consistían sólo en las palomas despistadas. Es decir, todos ellos paisajes honestos y perfectamente invariables en la historia de la ciudad».
Historia de Dios en una esquina
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