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Veure La Barcelona de Méndez en un mapa més gran
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Rambla, La


 

«Se levantaron y fueron Rambla abajo, el último tramo, la última soledad del poeta y del marica que aún no se ha estrenado, la última soledad del puerto».


«Dejó atrás el Ensanche de los comerciantes muertos y descendió hasta las Ramblas, hasta la tierra de todos, donde los nostálgicos dicen que nunca se acaba de morir. Allí había cosas increíbles: una vieja que bailaba arrastrando los pies, que transformaba, para pedir unas monedas, la última miseria en la última mueca de placer. Una joven pintada como un clown hacía ejercicios gimnásticos en mitad del paseo, cortándolo, con la indiferencia de un autómata. Ésta no pedía nada, ésta respondía al desprecio del mundo con el desprecio de una pirueta. Más allá el músico que rompía el aire de todos, el pintor que, a falta de otra cosa, pintaba en el suelo de todos». 


«Ascendió por las Ramblas, desfiló ante los quioscos abiertos (el último libro sobre los secretos del socialismo español, el último método para llegar a ser padre leyendo fascículos, la última revista con el último culo descubierto por las fuerzas vivas del país) y llegó a la Plaza de Cataluña. ¡Cómo había cambiado todo, diablos! Los quioscos respiraban libertad. De noche no se apreciaba tanto la gran miseria colectiva, y al menos la ciudad vibraba. Una muchacha repartía propaganda del PCC, un hombre exhibía una pancarta para que la gente se adhiriese espiritualmente a una huelga que iba a tener lugar en Sants, en la Bordeta, en Pueblo Nuevo, no se sabía dónde. Un extranjero pedía dinero para la cena de alguien que parecía estar en Düsseldorf. Un marica estaba a punto de convencer a un guardia urbano sobre los derechos intangibles de su sexo».


Foto de: Emilio Pérez de Rozas
«Las Ramblas que no se terminan nunca (“¿te duelen las caderas, bonita”?), la salida del Liceo, el último oropel de la ciudad, hombres expertos en negar dinero a los amigos, mujeres expertas en tasar las joyas de las amigas. Los travestís desesperados de la calle de la Unión, la mueca de la boca que ya lo sabe todo, los pantalones demasiado ajustados, desgraciada, que así se te marca todo el paquete, capullo. Las matronas de la calle de Fernando, el marido que te espera y tú no has hecho todavía ni un solo hombre, a ver qué le vas a decir; los cines de la pulga y del dedo, el último quiosco, los últimos meublés, los hombres y las mujeres parados que se miran y que calculan las cotizaciones de la noche en esta gran Bolsa del guiño y del susurro. El puerto que se lo traga todo: los hombres, los pensamientos, los fantasmas que han ido creando a lo largo de sus vidas».

Crónica sentimental en rojo 












 
«La Rambla, aparentemente, estaba igual, con sus gorriones y sus gorrones, sus árboles centenarios y sus hoteles de vieja estampa, en alguna de cuyas habitaciones aún debía de permanecer insepulto un consejero de Alfonso XIII. Subsistían las terrazas de los cafés, algunos comercios de souvenirs, aptos para el último recuerdo, y los quioscos especializados en revistas eróticas, aptas para el último polvo. Todo eso era verdad y podía engañar al observador superficial, pero no engañaba a Méndez».







«En el nacimiento de la Rambla, los jubilados formaban corro y comentaban a gritos un gol del año 27, gloriosamente detenidos en la ciudad que se detenía».

El pecado o algo parecido 



«Méndez dijo que sí y volvió a mirar desde su ventana las Ramblas sector semicanalla –el canalla lo situaba él un poco más abajo, en las cercanías del monumento a Pitarra, quien en horario de cinco de la tarde a cinco de la madrugada perdonaba desde su asiento los pecados de la ciudad –y contempló sus edenes conocidos: El Café de la Ópera, el Llano de la Boquería, la entrada a Cardenal Casañas, aledaño de la calle Roca, donde en otro tiempo hubo mujeres dispuestas a todo, excepto a no cobrar. (…) Luego su mirada se deslizó sobre las cabezas de los chorizos más habituales, los drogatas, los moros, las mujeres que iban a hacer esquina en San Pablo y los macarras que las guiaban amorosamente hacia la tierra prometida. Extasiado ante aquel panorama de paz, Méndez se reconcilió con su espíritu». 


Historia de Dios en una esquina 


La Rambla
Foto: F. Català Roca

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