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Veure La Barcelona de Méndez en un mapa més gran
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Paral·lel, El

Foto: Francesc Català Roca
«(…), por favor, Méndez, vamos al viejo barrio, lléveme al Paralelo, a las sombras del Victoria y de las mujeres que ya no existen, al silencio de las tres chimeneas de la fábrica de electricidad que marcaron mis ojos de niño, las aceras del Talía y el Arnau, del Condal y del América, de todos los cines que un día existieron y en los que hubo sueños de barrio, chicas sencillas que te enviaban la primera mirada, tías de bandera que salían de la pantalla y se quedaban flotando en el aire».
                                                                                                        Crónica sentimental en rojo 


«Luego miró el Paralelo, los mismos plátanos de sombra que había conocido en su niñez, las mismas aceras gastadas, el mismo adoquinado que había servido para levantar barricadas en julio del 36. Aquella parte de la avenida no había cambiado tanto, después de todo, aunque el pequeño café donde ahora estaba Méndez ya no era el gran café de otro tiempo, lleno entonces de gente solvente y conocida, de empleados que cobraban una vez a la semana y de gloriosas matronas que fornicaban una vez al mes».
    

«La avenida tan grande con sus tiendas tan pequeñas, los estancos para gente pobre donde sólo se expendió un Montecristo una vez, los quioscos tronados que parecen hechos para vender no el periódico de hoy, sino el de ayer, las corseterías para mujeres antiguas casadas a perpetuidad y las perfumerías para niñas modernas casadas a prueba. Todo eso es el Paralelo para Méndez (que, por descontado, ama a las mujeres antiguas y su capacidad para quedar bien encofradas en un body silk), todo eso y las sombras del Cómico, de las señoritas de ocasión, de los centros libertarios clausurados, de los grandes cafés extinguidos. Si alguna vez se escribía a mano la historia del Paralelo, Méndez quería firmar, quería poner simplemente la palabra “adiós”».
La dama de Cachemira  


Atraccions Apolo durant la postguerra


«Que él había conocido lleno de mujeres con tacones altos y ahora estaba lleno de autobuses con jubilados y nenas con el ombligo al aire. Méndez no entendía qué misterioso punto de erección podía originar un ombligo».

Una novela de barrio 


«Pocas mesas quedaban ya en el Paralelo, donde antaño pudieron sentarse todos los culos de Europa. Sólo una sillita aquí, una mesita allá. Méndez halló acomodo –que no paz- en los restos de una cervecería cuyas jarras, no demasiado limpias, conservaron durante años las marcas de un pintalabios de vedette y ahora conservaban con amor las babas de un jubilado».

El pecado o algo parecido  

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