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Poble Sec

Paral·lel a l'alçada de "El Molino"
«Las viejas fotografías del Pueblo Seco, esas fotografías color sepia o color gris-febrero suelen estar tomadas desde el puerto, mostrando a la derecha las Atarazanas y a la izquierda las tres chimeneas que han dado carácter, al menos gráfico, a un barrio y a una época. El Paralelo está en el centro, como el gran río que se lo acaba llevando todo: casas, hombres, cafés y recuerdos. Y a la derecha también el distrito quinto, que nadie ha podido llevarse aún, con sus calles llenas de vida y sus ventanas cargadas de muerte. Algunas fotografías piadosas muestran además la torre de la iglesia de Santa Madrona, que antes terminó en una punta tachonada de luceros y desde el verano de 1936 no tiene más que un muñón de piedra. También hay en los archivos algunas fotos ecológicas en las que se aprecia la falda del Montjuïc, donde nada cuesta imaginarse a un niño, un perro, una fuente y hasta una mujer hermosa. De hecho, todas esas cosas existieron en el Montjuïc de otro tiempo, convertido hoy en paseo para coches, o Gran Parque de los Cilindros».

«Pueblo Seco es el único barrio de Barcelona situado entre el Paralelo (que durante un tiempo fue la vida) y la montaña del Monjuïc (que durante un tiempo fue el reposo). Es el único al final de cuyas calles en pendiente encuentras unas escaleras olvidadas que llevan a un árbol o a una pared con hiedra o, como en el caso del Carrer Nou, a un repechón que conduce tras un buen esfuerzo, mens sana incorpore sano, a un viejo meublé. Es el único que tuvo en una sola calle, la de Tapiolas, dos de los cafés más populares de España, el Condal y el Cómico, hoy transformados en propiedades horizontales, en culos milimetrados para la capacidad de las salas de estar y, al nivel de la calle, en escaparates de dormitorios vendidos a plazos que las parejas erotómanas, él y ella, miran los domingos por la tarde. Es el único en que las matronas honradas no tenían más que atravesar el Paralelo y sumergirse en el distrito quinto para dejar santamente de serlo. El único en que las prostitutas del distrito quinto daban dos pasos, regresaban al hogar junto a Monjuïc y se transformaban en matronas honradas a toda prueba. El único en que los niños tuvieron cerca la montaña para soñar y el Paralelo para perderse. El único en el que hasta ahora los banqueros no habían oteado ningún panorama. El único que está lleno de nombres de almirante, a pesar de llamarse “seco”».

«Sergi Llor miró la casa desde la otra acera y luego cruzó la calle para dirigirse al portal. Era una típica casa de las que durante los años de la República se edificaron en Pueblo Seco, con buenos balcones y barandas de hierro forjado, con escalera de mármol hasta el primer piso, con el milagro de un modesto cuarto de baño en cada vivienda y con una portería diminuta donde los vecinos se detenían a hablar de lo que podían haber sido sus vidas».

Las calles de nuestros padres

«En el viejo Poble Sec, la cuarta parte de la población ya no es de Poble Sec. Los antiguos obreros anarquistas ya no existen, y difícilmente existan sus nietos; de quienes hicieron la guerra sólo queda el retrato de una viuda; de quienes votaron a Macià sólo los restos de una bandera. Méndez pasa por allí después de beber en La anticipada una copa de licor vegetal prohibido por todos los convenios de Kyoto».

Una novela de barrio

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