«Los juzgados ya no son lo que eran, pensó Méndez con cara de nostalgia, mientras se trajinaba arriba y abajo el pasillo del segundo piso. Y no es que hubiera algo por lo que sentir nostalgia, reconocía, porque los anteriores juzgados, los que estaban en el solemne palacio de Justicia, al otro lado del paseo, olían como éstos a papel pringado, viejos armarios ricos en insectos, sudor humano y tabaco de funcionario que duerme poco, pero al menos tenían unas ventanas solemnes, pensaba Méndez, paredes de piedra y pasillos donde podía perderse un juez. Méndez, puestos a sentir nostalgia, recordaba que en uno de esos pasillos intentó ligarse a una jueza».
Cinco mujeres y media
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